jueves, 16 de julio de 2009

Intentando cerrar la caja

Todo el mundo ha hecho orden en su cuarto alguna vez. Y ha metido las cosas en cajas. Hacerlo significa apartarlo de tu vida. En realidad, da igual si el destino de la caja es esperar al chatarrero, a la intemperie junto al contenedor, o acumular polvo encima del armario. Queremos quitarla de en medio para que no moleste en nuestro quehacer habitual.

Pero, ¿qué pasa si la caja no cierra? Supongamos un montón de trastos sobresaliendo por encima de las tapas de cartón, que no pueden unirse y, por tanto, ser precintadas con cinta de embalar. No queda más remedio que dejarla por ahí, debajo de la mesa para no tropezarte, pero suficientemente cerca como para golpearte con ella cuando te sientas a trabajar a la mesa.

Habrá quién diga: las cosas están mal ordenadas dentro de la caja. Sácalas todas, una por una, y vuelve a ponerlas dentro. Pero eso no es posible. Ha pasado tanto tiempo que los elementos que había dentro se han fusionado, creando prismas y poliedros de formas grotescas. Los picos sobresalen, impiden cerrar la caja y apartarla para siempre. ¿Romperlos? No, están afilados.

De momento, la caja seguirá debajo de la mesa, y seguiré cabreándome cuando, olvidando que está ahí, me golpee con ella.

martes, 7 de julio de 2009

Diálogo dominical

Eran las tres de la tarde de un domingo y me acababa de levantar después de una noche loca. El estómago ronroneaba gustoso por el medio litro de zumo que le acababa de proporcionar.
Resacoso: ¿Estás agradecido, eh pequeño?
Estómago: ¿Agradecido? Deberías el suelo por el que yo digiero, colega. Que anoche aguanté como un campeón los siete cubatas de vodka.
Resacoso: No te equivoques. Fueron cinco de vodka y dos de whisky.
Estómago: Y enima, mezclando. Un día me voy a cabrear y TÚ vas a flipar.
Resacoso: Vamos Stu, no te mosquees. Hacía mucho que no salía, y tu lo sabes.
Estómago: ¡Y lo tranquilos que hemos estado!
Resacoso: Pero el cuerpo me pide marcha, tienes que entenderlo.
Estómago: ¿El cuerpo? ¿Qué parte exactamente? ¿El intestino, que se ha pasado la noche en vela intentando compactar la bolsa de patatas fritas que llamas cena? ¿O el hígado, que lo tienes yonki perdido? Míralo, qué ojeras, todo despeinado y sucio. Esto es por tu culpa.
Resacoso: Stu, cariño, no te pongas así...
Estómago: Ni cariño, ni leches. ¡Ya no nos mimas como antes! ¿Qué ha sido de aquella sana costumbre de beber sólo cerveza?
Resacoso: Ni tú, ni nadie me va a decir qué es lo que tengo que hacer.
Estómago: ¿Y no vas a pensar en tu amigo Stu ni un sólo instante?
Resacoso: ¿Que no pienso en ti, dices? ¿Sabes a cuántos chupitos de tequila me invitaron? Los rechacé todos.
Estómago: No me vengas con eso. Si lo hiciste es porque tampoco te interesa. Te conozco bien, tío. Sé lo que comes.
Resacoso: ¿Es una amenaza?
Estómago: No. Eso se ha acabado. Llevo tiempo advirtiéndote, per tú no me haces caso. ¡Quiero el divorcio!
Resacoso: ¿Qué? ¡No puedes hacerme esto!
Estómago: La decisión está tomada. Me llevo a los niños. Puedes quedarte con la casa.
Resacoso: ¿Dónde vas a vivir?
Estómago: Me iré con mi madre una temporada. Luego, ya veré.
Resacoso: Ya sé de qué va esto. ¿Hay otro, verdad?
Estómago: Pues mirá, sí. Lo conocí en el gimnasio. Es un chico sanísimo: no bebe ni fuma. Y come verde todos los días.
Resacoso: Lo mato. ¡¡Yo lo mato!! A ver si se piensa que por estar cachas e ir de sano se va a llevar todo mi aparato digestivo.
Estómago: Puede, y lo ha hecho. Se lo merece más que tú. Y yo también me merezco algo mejor. Adiós.

Porque los órganos vitales también tienen sentimientos.