sábado, 21 de febrero de 2009

Mariposear en soledad

A todos nos gusta estar solos a veces. Cuando estamos cabreados, o muy felices, o preferimos estar solos que mal acompañados. Pero hay veces que la soledad viene dada. Momentos en que te gustaría estar rodeado de gente, o hablar con cualquier persona, y no hay nadie. Debería uno plantearse entonces por qué no le apetece estar consigo mismo a solas, o por qué no hay nadie que lo evite. Y también por qué nos conformaríamos con hablar con cualquiera. ¿Queremos dar la sensación que tenemos tantos amigos que siempre va haber alguno ahí, que nunca van a fallar todos a la vez? Diría que valorar las relaciones personales en bloque es un tanto egoísta. Vale más tener muchos y dispersos, por si un caso, que unos pocos concentrados. Si pensamos esto, deberíamos hacernos una segunda pregunta: ¿por qué desconfiamos de la presencia de un amigo en un momento de necesidad, y nos buscamos otros de recambio? Seguramente pensemos, muy en el fondo, que no le importamos, o que nuestras preocupaciones no les importan. Ahá, quizá sea eso. Quizá no deberían importarles ciertas nimiedades, quizá no deberían importarnos a nosotros mismos. No poner el grito en el cielo a hechos consumados, y a otra cosa mariposa. Sin justificarnos delante de nadie, sin justificarnos delante de nosotros mismos.

martes, 10 de febrero de 2009

Increíble

"La maldición de la flor dorada" - Zhang Yimou (2006)




Hay que verlo para creerlo.

viernes, 6 de febrero de 2009

El banquete de Platón

Malditos griegos...


En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen y el andrógino, que reunía el sexo masculino y el femenino. En segundo lugar, todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y combatir con los dioses. Estos no querían anonadar a los hombres, como en otro tiempo a los gigantes, fulminando contra ellos sus rayos, porque entonces desaparecerían el culto y los sacrificios que los hombres les ofrecían; pero, por otra parte, no podían sufrir semejante insolencia. En fin, después de largas reflexiones, Zeus se expresó en estos términos: "Los separaré en dos, así se harán débiles y tendremos otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirvan; marcharán rectos sosteniéndose en dos piernas sólo, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren permanecer en reposo, los dividiré de nuevo." [...] Hecha esta división, cada mitad hacia esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas por el deseo de entrar en su antigua unidad.

De esta manera la raza iba extinguiéndose. Zeus, movido a compasión, imagina otro expediente: pone delante los órganos de la generación, porque antes estaban detrás, y se concebía y se derramaba el semen, no el uno en el otro, sino en tierra como las cigarras. Zeus puso los órganos en la parte anterior y de esta manera la concepción se hace mediante la unión del varón y la hembra.

De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; él nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo. Estas mitades buscan siempre sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos, que se llaman andróginos, aman las mujeres. Pero a las mujeres, que provienen de la separación de las mujeres primitivas, no llaman la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribactes. Del mismo modo los hombres, que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino.

Estos mismos hombres, que pasan toda la vida juntos, no pueden decir lo que quieren el uno del otro, porque si encuentran tanto gusto en vivir de esta suerte, no es de creer que sea la causa de esto el placer de los sentidos. Evidentemente su alma desea otra cosa, que ella no puede expresar, pero que adivina y da a entender.


Un poco infantil, eso de que no somos seres completos. Paternlista, digo.

lunes, 2 de febrero de 2009

Las consecuencias del patuco

La necesidad crea el órgano... ¿o el órgano genera la necesidad? Seguimos con las esporas: caso de estar arentes de aparato reproductor, ¿sentiríamos ese impulso, léase instinto, de emparejarnos? Sabido es que tiene más apetencia sexual quién más sexo practica, y que los niños no experimentan atracción por el sexo opuesto, hasta la pubertad, esto es, el primer desarrollo del sistema reproductivo

Es curioso lo normal que nos parece la asignación, o asociación, de los roles sociales con el sexo de las peronas, algo que en principio es sólo biológico y, además, arbitrario. Lo único que diferencia a hombres y mujeres en la tabula rasa directamente posterior al nacimiento, son los órganos internos y externos dedicados a la reproducción de la especie. Eso, y los patucos azules o rosas que coloca la comadrona o comadrono. Y ese patuco, más adelante un balón o una muñeca, una revista de motos o moda, extrapola la función social de aquel testículo o aquel ovario que empezó siendo sólo una parte más de aquel pequeño organismo neonato y descalzo. Ni si quiera un órgano vital, sólo una parte más.