Curioso fragmento, en que el protagonista narra el nacimiento de su amistad con un marinero después de haber compartido lecho (!).
Mientras permanecía sentado en esa habitación ahora solitaria, con el fuego bajo, en ese quieto estadio en que, tras haber entibiado el aire con su primera intensidad, aparece en forma de brillante rescoldo; con las sombras de la tarde y los espectros congregándose alrededor de las ventanas, y observándonos a nosotros, silenciosa y solitaria pareja; la tormenta desarrollándose en el exterior en solmnes estallidos; en esta situación empecé a experimentar extraños sentimientos. Mi herido corazón y mi enloquecida mano ya no se blandían contra el mundo de lobos en que vivimos. Este salvaje tranquilizador me había redimido. Sentado allí, su indiferencia misma hablaba de una naturaleza en que no anidaban civilizadas hipocresías ni blandas supercherías. Sí, era salvaje, una visión única a contemplar. Sin embargo, empecé a sentirme atraído por él. Y esas mismas cosas que habrían repelido a la gran mayoría eran los imanes que me atraían. Intentaré hacerme un amigo pagano, pensé, puesto que la amabilidad cristiana se me ha revelado como vana cortesía. Arrimé mi banco junto a Queequeg, a la vez que hacía algunos signos amistosos mientras me forzaba como mejor podía por conversar con él. Al principio, apenas tuvo conviencia de estos escarceos; pero cuando ahora hice referencia a su hospitalidad de la pasada noche, me preguntó si íbamos a ser de nuevo compañeros de cama. Dije que sí, y creo que pareció satisfecho, un poco halagado quizá.
HERMAN MELLVILLE
Moby Dick
Call me Ismael...
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