jueves, 27 de mayo de 2010

Becas de ficción

El rector me miró con extrañeza, pero se sobrepuso y dijo:
- ¿Quieres añadir algo? -A los otros aspirantes también les había hecho esa pregunta, pero ninguno la había aprovechado. Parecía casi una pregunta retórica, un ritual antes de que los maestros decidieran la matrícula que había que aplicarle al aluno.
- Sí, por favor -dije, y me di cuenta de que había sorprendido al rector-. Quiero pedirles un favor, aparte de que me admitan. -Inspiré hondo y dejé que centraran toda su atención en mí-. He tardado casi tres años en llegar aquí. Quizá parezca joven, pero tengo tanto derecho, si no más, como cualquier rico señoritingo que no sabe distinguir la sal del cianuro ni probándola.
Hice una pausa.
- Sin embargo, en este momento sólo tengo dos iotas en la bolsa, y ningún sitio de donde sacar más dinero. No tengo nada de valor que se pueda vender y que no haya vendido ya. Si me piden más de dos iotas, no podré matricularme. Si me piden menos, vendré todos los días, y por las noches haré lo necesario para mantenerme vivo. Dormiré en callejones y establos, lavaré platos a cambio de las sobras de la cocina, mendigará para comprarme plumas. Haré lo que sea. -Las últimas palabras las pronuncié con fiereza, casi gruñendo-. Pero si me admiten sin pagar nada y me dan tres talentos para que pueda vivir y comprar lo que necesite para estudiar, seré un alumno como ustedes jamás hayan visto.
Hubo un instante de silencio, seguido de una sonora risotada de Kilvin.
- ¡Ja! -bramó-. Si uno de cada diez alumnos tuviera tanta pasión, impartiría mis clases con un látigo y una silla en lugar de con tiza y una pizarra. -Dio una fuerte palmada en la mesa.
Eso animó a todos a ponerse a hablar al mismo tiempo en diversos tonos. El rector me hizo un ademán y aproveché para sentarme en la silla que había al borde del círculo de luz.
La discusión se prolongó bastante. Pero incluso dos o tres minutos me habían parecido una eternidad, sentado allí mientras un grupo de ancianos decidían mi futuro. No gritaban, pero agitaban mucho las manos, sobre todo el maestro Hemme, a quién al parecer inspiraba tan poca simpatía como él me inspiraba a mí.
Habría sido más soportable si los hubiera entendido, pero pese a que tenía buen oído para escuchar conversaciones a hurtadillas, no entendía nada de lo que decían.
De pronto dejaron de hablar, y el rector me miró y me hizo señas para que me acercara.
- Hago constar -dijo con formalidad- que Kvothe, hijo de... -Se interrumpió y me miró inquisitivamente.
- Arlidien - dije. Ese nombre me sonó extraño después de tanto tiempo sin pronunciarlo. El maestro Lorren giró la cabeza, me miró y parpadeó una vez.
- ... hijo de Arlidien, es admitido en la Universidad para continuar su educación. Su admisión en el Arcano estará supeditada a la demostración de que domina los principios básicos de la simpatía. Su padrino será Kilvin, el maestro artífice. El precio de su matrícula queda establecido en menos tres talentos.

PATRICH ROTHFUSS
El nombre del Viento

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